A
finales del siglo pasado y con mucho esfuerzo un grupo de estudiantes panameños
fuimos a conocer de primera mano, cómo el denominado modelo de arquitectura participativa cubana era
una solución adaptable a diferentes latitudes de nuestra Latinoamérica. Aquellos principios de diseño bajo la
relación de 10M2 por 1 habitante en unidad básica para familias de 4, entendiendo
que la aspiración promedio de una familia emprendedora (en la que sus miembros
aumentan) es lograr su clímax habitacional a razón de 80M2 mínimo habitable.
La
clave es integrar a la familia, comunidad y entorno bajo el adagio: Mejor enseñar a pescar, antes que dar el
pescado, con esta premisa los Estados son facilitadores en varios frentes:
el educativo, el social y la respuesta técnica más viable para un desarrollo
progresivo.
En
Panamá una de las estrategias que se han usado y en el cual me siento
plenamente identificado es basado en la Autogestión: tomando como muestra 19 comunidades
a nivel nacional para solucionar 5,000 familias, se inicia con la contratación
de mano de obra de la comunidad con capacitación directa. Sabemos que no todos
aprovechan la oportunidad, por esta razón se establece un cronograma de
ejecución y transición hacia la empresa privada dándole la oportunidad de mejorar
el modelo de negocio, principalmente en los temas del pre-diseño, adecuándose a
cada región beneficiada: de acuerdo al entorno cultural (regiones indígenas,
tierras altas, entre otros), soluciones técnicas (tales como tuberías
superficiales para no evitar el cerramiento de paredes y facilitar el
mantenimiento en el tiempo).
Lo
más importante es que el diseño que prestemos a nuestros beneficiarios, vaya
más allá del rígido standard de 40 metros cuadrados, que sea un diseño que
incentive el crecimiento junto a la familia y sucesores, tal y como el modelo
conocido en La Habana en mis años de estudiante, con cubierta de losa para doble
función: de protección contra huracanes y de futuro piso para algún hijo que
iniciara familia, que bajo el concepto de “vaso medio lleno y no medio vacío”
se construya en los primeros 20 metros cuadrados un área de estar y la batería
sanitaria básica compartida con cocina y lavandería que motive al beneficiario
a crecer en dos ejes, de ser necesario.
Quince
años después de tan enriquecedora experiencia, vemos que algunos líderes,
jóvenes estudiantes de arquitectura de aquella época dan fruto, siendo hoy día profesionales
de éxito en sus respectivos países, incluso con el reciente reconocimiento al
premio mundial de arquitectura a través de un proyecto de interés social
desarrollado por latinoamericanos y que se ha ido replicando en diferentes
latitudes del continente como solución ante la demanda actual de soluciones de
vivienda en la base de la pirámide donde los indicadores cada vez dan más
alertas de que al 2030 debemos estar en la capacidad de construir un millón de
viviendas por semana en el mundo, Panamá representa un mínimo porcentaje de esa
crisis global: ya tenemos la voluntad y resultados registrados, falta completar
los recursos suplementarios para llegar al éxito.
El autor es especialista en proyectos de
arquitectura y en docencia superior
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