jueves, 25 de julio de 2019

Arquitectura y Vivienda Social: un nuevo puzzle a resolver




Inicio este aporte de opinión, pidiendo perdón por el uso de la palabra “rompecabezas” en inglés, ya que considero que su definición en nuestro amado castellano es más fuerte de lo que queremos transmitir. Quienes amamos el servicio a la comunidad aplicando nuestro conocimiento y experiencia en arquitectura pública, no sentimos que se nos “rompa la cabeza” al ejecutar soluciones en beneficio de los estratos sociales más bajos, donde la informalidad es un reflejo de la ignorancia y una consecuencia de las necesidades económicas de más de 200 mil familias que se enfrentan a estos retos en ciclos de cinco años, según cifras de los gremios de promotores de vivienda y del mismo Estado, siendo éste un “globo” que no alcanzamos a llenar, pero que tampoco ha reventado como en otras latitudes densamente pobladas.
Panamá cuya configuración geopolítica e histórica ha permitido un desarrollo amorfo, no solamente en sus principales vías, sino en el desarrollo del interior del país, zonas protegidas, comarcas y ciudades-puertos con un desenfoque en lo que servicios y comercio se refiere. Somos un país cuya vía panamericana divide “los del Norte VS los del Sur” donde pueblos son divididos por la principal carretera del continente y su alternativa es bajar la velocidad al mínimo, rogando para que un transeúnte u otro tipo de vehículo no se atraviese irresponsablemente. Somos un país con capacidad de construir un nuevo canal ampliado, de perforar por debajo de nuestra ciudad y crear nuestro primer “subway centroamericano” y aún no somos capaces de tener una red vial que no choque con el estilo de vida de muchos pueblos del interior que aún son “de a pie y de bicicleta”.
Reconozco el gran esfuerzo por disminuir el déficit habitacional en los niveles más bajos,
donde se ha dejado en diferentes etapas de entregas, más de 100 mil soluciones habitaciones, donde se hace evidente que este paliativo no detiene la dinámica de la falta de vivienda de los nuevos núcleos familiares que se siguen replicando estas cadenas de ignorancia y carencias económicas generacionales y que igualmente no representa mediáticamente el mayor “rating” para aquellas miles de familia que no mercadearían el esfuerzo del Estado que ha mejorado su entorno básico de vivienda.
En este nuevo quinquenio toca generar sostenibilidad social, las nuevas autoridades tomarán el relevo de la administración pública, donde ya entendimos que más que buenas intenciones sociales, hay que hacer lo correcto y con autoridad, esa es la clave: la coordinación, seguimiento y registro de resultados al brindar un beneficio de vivienda a las poblaciones más vulnerables, debe ir debidamente involucrado con las instituciones afines para hacerlo sostenible y que genere desarrollo social que rompa el ciclo de pobreza mental: educación básica en herramientas de comunicación (lenguajes), ciencias básicas (matemáticas y métodos científicos), educación en valores (ética y filosofía) y un sentido de emprendimiento y de creatividad (tecnología) para ofrecer productos y servicios bien administrados que rechacen cualquier intento de perder el beneficio que da el Estado, generando un sentimiento de pertenencia a su comunidad y enriqueciendo su cultura convirtiéndonos en  semilleros de nuevos talentos en todas las áreas del Saber.
Definitivamente que es una tarea generacional que no se resuelve en un lustro donde la política partidista cambia la política de Estado, pero sí confiamos en la continuidad de los buenos programas sociales, agregándole este componente de sostenibilidad obligatoria y fiscalizada por el Estado, de lograr esta ruta, creo que tenemos un gran porcentaje asegurado de éxito.